De pronto aparecieron, sin hacer ruido, con el mutismo de un telón que se levanta sobre el amanecer, y miraron, buscando ser nombradas personajes. Pero no necesitaban guionista. Tan sólo unas cuerdas vocales tensadas, luchando por callar, o más bien por no cincelar palabras en el aire. Y, entonces, empezaron a escribir su historia, pincelada sobre aquellos paneles de madera clara. Claras y sutiles eran sus voces. Cuánto les gustaba el silencio de la letra escrita. Ahí estaban, y no necesitaban guionista.
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