Cada vez que esta película pasa ante los ojos se descubre ante ellos una línea más, escondida e imperceptible la vez anterior, pero que estaba ahí para que pudiésemos leerla, para poder escribirla, reescribirla más bien, y firmarla y reafirmarla, de la misma forma que nos firmamos y reafirmamos nosotros mismos, losers, perdedores, como ellos mismos, los personajes así firman y se reafirman. Perdedores, quienes nos ponemos una nariz roja, verde o amarilla, de payaso, para enfrentarnos a ese concurso de “geniecillos” que se convoca a diario: “geniecillos” que así se demuestran por seguir línea tras línea tras línea un guión pre-escrito, dictado y dictaminado como “ganador”, ése que determina cómo vestir y qué calzar, literal y metafóricamente, qué comer y qué defecar, qué consumir, qué vender –literal y metafóricamente, de nuevo–, cuándo hablar –de callar no dice nada el guión–, qué y a quién votar y botar, cuántas palmadas dar y a quién dar la patada oportuna sin que la mano se entere, cuándo sonreír, cuándo estornudar y a quién salpicar con el estornudo, qué y a quién clausurar –sí, digo bien, clausurar, como una caja que cierras y abres a tu antojo, cuando necesitas extraer, arrancar algo de su interior, vaciarla, expoliarla–, y que quede sólo el “geniecillo” brillando en su pequeño atril iconoclasta, un altar construido por –oh sorpresa– la hipocresía. Bien, los perdedores lucimos nuestra naricilla pintada a destiempo, afónica pero con un monólogo que molesta a los “geniecillos”.
Hace poco tiempo una naricilla de payaso se encontraba en una tetería de Oporto. Algo inesperado, sorprendente e increíblemente refrescante para el cerebro encontrarse frente a ella y a cuatro tazas de té, y otras tres naricillas de payaso, aunque éstas invisibles, hablando de la luz del océano en esas latitudes, de la arquitectura de Siza o de unas cebollas rellenas, tal vez una fabada con un toque de pimienta y una nuez de mantequilla. ¿Alguien osa llamarnos perdedores? Algún “geniecillo” suelto que se vanagloria de serlo y se avergüenza de ser ¿qué?
Nos subimos a esa Wolsvagen destartalada junto a esa niña que nunca será una reina de belleza al uso de los “geniecillos y –por supuesto– geniecillas” y seguimos nuestro camino de ¿perdedores? Creo que quienes han perdido la furgoneta son ellos. Nosotros hemos ganado en genio, e ingenio, sin ninguna duda. Ah, y seguimos en marcha. Ando buscando una nariz de payaso, pero no una metafórica, o una chistera de imposible reina de belleza, o un libro que publica otro y yo quisiera haber escrito sobre Proust, o una licencia de piloto para daltónicos. Vuelvo a poner la película.
Hace poco tiempo una naricilla de payaso se encontraba en una tetería de Oporto. Algo inesperado, sorprendente e increíblemente refrescante para el cerebro encontrarse frente a ella y a cuatro tazas de té, y otras tres naricillas de payaso, aunque éstas invisibles, hablando de la luz del océano en esas latitudes, de la arquitectura de Siza o de unas cebollas rellenas, tal vez una fabada con un toque de pimienta y una nuez de mantequilla. ¿Alguien osa llamarnos perdedores? Algún “geniecillo” suelto que se vanagloria de serlo y se avergüenza de ser ¿qué?
Nos subimos a esa Wolsvagen destartalada junto a esa niña que nunca será una reina de belleza al uso de los “geniecillos y –por supuesto– geniecillas” y seguimos nuestro camino de ¿perdedores? Creo que quienes han perdido la furgoneta son ellos. Nosotros hemos ganado en genio, e ingenio, sin ninguna duda. Ah, y seguimos en marcha. Ando buscando una nariz de payaso, pero no una metafórica, o una chistera de imposible reina de belleza, o un libro que publica otro y yo quisiera haber escrito sobre Proust, o una licencia de piloto para daltónicos. Vuelvo a poner la película.
3 comentarios:
La nariz la tienes asegurada desde ya, lo sabes no?.
Un beso muy grande desde los rincones de Looserland
La furgoneta y la nariz: me gusta esa excursión. ¿Cuándo vamos a Lisboa?
¿Cuándo podéis? Ya sabéis que en esta casa decir Lisboa y preparar un fatucu con cuatro trapos y salir pitando es todo uno.
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