jueves, 13 de noviembre de 2008

Medio dormida, esta persona se vuelve otra, a la que acostumbra observar, con distintos rostros, ubicua -no en vano se cree una persona superior-, entro en su piel, y ni siquiera este abrigo es cómodo: Mira -las dos personas miramos- el espectáculo, sea la calle, una obra de teatro, una noticia en el periódico, las tapas de un libro, la piel se abre con el mismo -que otras personas denominarían- entusiasmo.
Cada vez hace más frío dentro de esta piel, y, sin embargo, me ahogo. Clap, clap, magnífico, extraordinario, clap, clap, extraordinario, clap, magnífico. No hay hueco para el diccionario de la Real Academia, ni siquiera uno de bolsillo. En las comisuras de la boca se ha escondido un librito de frases hechas. Cla..., extraordi..., magníf... .Se han desgastado las palmas de las manos, de aplaudir a consignas reiteradas, de dejar una página del libro de las comisuras sobre el omóplato trajeado de personas que... clap, clap, engullen aplausos, palmadas, y expulsan perlitas de poder revestido de vómito.
He salido de la piel que me acogió. Aún huele a vómito. El silencio lo limpia todo, huele ya a viento del norte, casi una galerna en lágrimas, pero, limpio, inmensamente limpio, por dentro y por fuera. La página desdibujada por la puñalada de una jota hipócrita y desganada, se ha corregido, ha continuado su camino, siguiendo al viento del norte, limpio, sincero. Sigo leyendo. En silencio.

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