sábado, 20 de diciembre de 2008

Culture, education, politeness

Tres palabras con significados diferentes, que son confusas para los muertos, y, sin embargo, están tan bien delineadas, definidas, para quienes creen, creemos en ellas, como una máxima, que no tiene nada que ver con otras así denominadas pero que no son sino pilares de una teoría -algunos lo llaman religión, otros teoría política, ¿quién sabe qué otros términos son empleados, o más bien para qué saberlo si son tan sólo términos que esconden un vacío de significado?- de hipocresía.
Míralos, son los muertos, los de James Joyce, los de Leonidas Andreiev, ésos que caminan exhibiendo su cultura, su educación, su manifiesta -rota profundamente- cortesía. Y dentro "emptiness", vacío, huera voluntad de imponerse a los demás, en nombre de, de sí mismos, de sus esqueletos pesados, que arrastran sus huesos golpeando a cuanto se atraviesa en su camino y tan sólo esgrime una sonrisa, una palabra amable, un interés sincero, un conocimiento o una falta de conocimiento saludable, porque implica que se está dispuesto a aprender, aprender siempre, a ser un vivo, que avanza, siguiendo los pasos de Joyce, de Andreiev, o sin conocerlos pero sí buscándolos, que avanza por esta vida no siendo más que un vivo, que ellos, los que están amortajados por su falta de vida dentro, llaman "muerto".

viernes, 19 de diciembre de 2008

Music, meditation dancing

In London, one day, any day, in any other place all around the planet, you may find some hands, some minds displaying Talent, and we go by, we go by, and they remain unnoticeable, but remain, and, meanwhile, out-of-tune bugles yell their names, and every body listens to that horrendous yell so attentively, so vaguely those shrieks arise that they become mirrors of their emptiness though high in the sky.
For those who hide inmense talent and do not display it in full-of-cracks glass cases .

Para todos aquellos que tienen talento y no lo llevan escrito en la solapa en forma de placa dorada, falseada, en la que se lee "presumo de mí mismo". Para los que tienen talento de verdad. Tengo la suerte de conocer a unos pocos, unos escriben poesía y hacen fotos, otros buscan en la ciencia su parcela de sabios, otros son inmensamente creativos en todo -hasta coleccionando monedas-, otros saben de arte medieval y de música alternativa, otros son unos magníficos pintores, otros crean el día a día de los que para ellos son otros. Ninguno de ello presume de ser tan grande, y nadie se lo recuerda, pero hay que hacerlo, se lo merecen. (Sí, vuelvo a sonar a anuncio de toallitas sanitarias -oups, hasta en esto último-, pero ¿por qué no decir estas cosas de vez en cuando? no escuchamos fanfarronadas a cada minuto, bocas llenas de su propia saliva, que no dudan un momento es escupirte nada más te acercas. Pues eso.)

lunes, 15 de diciembre de 2008

Perspectiva de lo ridículo desde la ridiculez

Efímeros tinteros


Gaviotas de trapo


somos


nos han cosido al tejado

sus gargantas en sus ojos

escupen, lanzan

de oxidado desprecio

jaras de indiferencia

Entre dientes garabatean

una entre mil muescas

azul cuchilla de madera

y escriben

y mutilan

nuestras plumas timoneras.

Gaviotas de trapo


somos


en sus manos

zurdos carontes

nos cierran las puertas

vanidad sumergida

corriente soterrada de ira

sus bisagras imprimen

nuestros vuelos en el suelo.

Pobres locos

piratas de insomnios


somos


¿Qué son ellos?


A veces se tropieza con una situación que se clasifica como ridícula, unas lágrimas en público, por ejemplo, y se critica y se hace burla de ello, llegando incluso a recordar al que vierte esas lágrimas de la ridiculez del hecho. Sin embargo, tan sabios poseedores de la verdad no dudan en ponerse al servicio de la hipocresía, y disfrazarse de bufones -muy respetada tarea, la del bufón, dentro de la corte medieval- para pedir prebendas, eso sí, dentro del contexto del siglo XXI. Curiosa perspectiva.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Brave

Y mañana desayunaremos en Plutón, con

The Rubettes
Neil Jordan
Cilliam Murphy
Christie
Yellow river
Sugar baby love

Y comeremos salchichas vestidos de robot inocente al que destruye la crueldad humana.

Distant home

You heard that labouring man who had served my
people. He said
Upon the open road, near to the Sligo quay -
No, no, not said, but cried it out- 'You have come again
And surely after twenty years it was time to come'.
I am thinking of a child's vow in vain
Never to leave that valley his fathers called their home.

William Butler Yeats
'Under Saturn'

Always. It is tea time


Siempre es tiempo de tomar un té, cuando uno no ve el día claro. Uno se siente mejor en días de lluvia, ésta es transparente.

Diminutivos

Son sólo luces, que anuncian no sé qué importante para no sé quién. Ah, pero eso es otra historia. Toca hablar de diminutivos. Del lenguaje, porque debe reducirse sólo a eso, lenguaje, sufijos que guardan algún significado, como las luces, no, no como las luces, sufijos y prefijos condicionan a las personas. Y de éstas hablamos. Al menos de una. Sigue vislumbrando tan sólo luces, pero no van con ella. Avanza, o retrocede, que es lo mismo pero hacia otro lado, no otra luz, que no toca hablar de luces. Esta persona come, y no come, habla y sobre todo se calla, contempla las sombras, porque es más fácil avanzar por éstas que no deslumbran. Se cree invisible. Continúa, como una narración imposible, por la acumulación de adjetivos lagrimados y forzados a sonreír. Continúa pensándose invisible. Hasta que de todas luces aparece de nuevo digo bien, de nuevo, el maldito diminutivo, aquel al que una vez fue reducido su nombre para que se viera tal como es: un diminutivo de un ser invisible, pero su diminuta presencia es tan visible, para los hacedores de diminutivos. ¿Qué querrá est_ pobre? Avanza o retrocede, la persona, como diminutivo de la invisibilidad. Ni hombre, ni mujer, un diminutivo de persona, aunque pise creyendo que calza zapatos de uno u otro género. De nuevo esas malditas luces que anuncian no sé qué. Ah, han aparecido de nuevo los diminutivos, al menos uno, pegado a su nombre. Titulado su currículo: hablamos de diminutivos, de uno, pegado a la invisible sombra de sus zapatos de persona: -ina, -ita, -ito, -inín. Se ha dado cuenta, de nuevo, de que no es invisible, de que tan sólo es un diminutivo, de la sombra de alguien. Su nombre.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Little Miss Sunshine

Cada vez que esta película pasa ante los ojos se descubre ante ellos una línea más, escondida e imperceptible la vez anterior, pero que estaba ahí para que pudiésemos leerla, para poder escribirla, reescribirla más bien, y firmarla y reafirmarla, de la misma forma que nos firmamos y reafirmamos nosotros mismos, losers, perdedores, como ellos mismos, los personajes así firman y se reafirman. Perdedores, quienes nos ponemos una nariz roja, verde o amarilla, de payaso, para enfrentarnos a ese concurso de “geniecillos” que se convoca a diario: “geniecillos” que así se demuestran por seguir línea tras línea tras línea un guión pre-escrito, dictado y dictaminado como “ganador”, ése que determina cómo vestir y qué calzar, literal y metafóricamente, qué comer y qué defecar, qué consumir, qué vender –literal y metafóricamente, de nuevo–, cuándo hablar –de callar no dice nada el guión–, qué y a quién votar y botar, cuántas palmadas dar y a quién dar la patada oportuna sin que la mano se entere, cuándo sonreír, cuándo estornudar y a quién salpicar con el estornudo, qué y a quién clausurar –sí, digo bien, clausurar, como una caja que cierras y abres a tu antojo, cuando necesitas extraer, arrancar algo de su interior, vaciarla, expoliarla–, y que quede sólo el “geniecillo” brillando en su pequeño atril iconoclasta, un altar construido por –oh sorpresa– la hipocresía. Bien, los perdedores lucimos nuestra naricilla pintada a destiempo, afónica pero con un monólogo que molesta a los “geniecillos”.
Hace poco tiempo una naricilla de payaso se encontraba en una tetería de Oporto. Algo inesperado, sorprendente e increíblemente refrescante para el cerebro encontrarse frente a ella y a cuatro tazas de té, y otras tres naricillas de payaso, aunque éstas invisibles, hablando de la luz del océano en esas latitudes, de la arquitectura de Siza o de unas cebollas rellenas, tal vez una fabada con un toque de pimienta y una nuez de mantequilla. ¿Alguien osa llamarnos perdedores? Algún “geniecillo” suelto que se vanagloria de serlo y se avergüenza de ser ¿qué?
Nos subimos a esa Wolsvagen destartalada junto a esa niña que nunca será una reina de belleza al uso de los “geniecillos y –por supuesto– geniecillas” y seguimos nuestro camino de ¿perdedores? Creo que quienes han perdido la furgoneta son ellos. Nosotros hemos ganado en genio, e ingenio, sin ninguna duda. Ah, y seguimos en marcha. Ando buscando una nariz de payaso, pero no una metafórica, o una chistera de imposible reina de belleza, o un libro que publica otro y yo quisiera haber escrito sobre Proust, o una licencia de piloto para daltónicos. Vuelvo a poner la película.