viernes, 5 de junio de 2009

Adverso flumine, contra vanitatem


Discurso que transcurre como un torrente de agua en época de deshielo, a veces a borbotones, como si la nieve ya inexistente eclosionara en una exclamación, tras un punto y coma, dos puntos y aparte, el arroyo vuelve a su ritmo. Discurren las palabras. Y, de pronto, chocan con las pupilas. Ahí, entre el escaso público, una mano, tal vez salpicada por un agua por el que no desea ser salpicado, se despereza del letargo entre butacas, y se iza, impaciente, aburrida, hacia la frente, toldo de unos ojos que desearían contemplar otro escenario, taponar los oídos mismos para recibir otra cantinela, de agua que mana desde una desconocida boca de aburrida caverna. La mano se ha instalado, los dedos índice y corazón pegados a la piel que ni exuda, sudor retenido, los ojos cómodos en ese repentino refugio. Y de la boca propia emana un silbido inaudible de alivio. El discurso se ha detenido, los párpados recuperan su posición, la mano se despide del ceño fruncido, y del contacto con éste, que se ha desterrado. Las escasas butacas ocupadas quedan vacías. El público se va. Telón al aburrimiento.

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