Las sonrisas la miran de soslayo, y ni siquiera la ven. Exigen su presencia, y ni siquiera la quieren ver. La disfrazan de un fino tapete de indiferencia, pero ha de asistir a sus monólogos. Crujen sus tablas, sollozando, para sus oídos tapiados. Ahí camina ella, inmóvil habla. Mutis, pero atada al suelo ha de seguir la mesa.
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