domingo, 23 de marzo de 2014

Gatos junto al río


Cae la luz lejana sobre la pantalla. Las palabras hacen las maletas y deambulan por aquella, esta, ciudad. La bahía se abre entre notas y apuntes, y engulle primeras páginas de un libro por llegar. Ya estábamos sumergidos. Gritan. Miles de teclas a un lado del río mueven nuestros dígitos. Gatos sobre los tejados, somos, pixelados por la distancia, y la incomodidad del presente. Habla de nuevo la bahía, y las maletas siguen su discurso acompasado por los sonidos mudos de la ciudad. Queremos descubrir un puerto, atracar un ancla oxidada por la rutina inventada por extraños. Somos gatos por los tejados de la ciudad que desayuna su domingo. Y nos invade, de nuevo, la rabia. Y nos volvemos puentes partidos por la indiferencia, recorridos por la sordera, tapiados por la ausencia de una inmencionable -demasiado manida- sensación. Y nos sentamos a esperar a un personaje que nunca llega, porque ni siquiera es un personaje. Y, nosotros, no somos gatos. Tampoco. 

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