No le dejan las legañas abrir los ojos como querría. Al salir del portal casi no ha visto que aún es de noche, que todavía el cielo está negro, que las nubes tan sólo se perfilan sin dejarse ver del todo hacia el oriente, mientras una densa bruma tapa, como un cielorraso elemental, el firmamento intrincado que otras veces, tal vez durante el verano, llega a lucir con desgana por encima de las casas. Huele a humedad y a hollín, a maderas podridas, a orines de perro; huele a trasiego nocturno de almas en pena, huele y no consiguen los efluvios del café recién hecho disolver esos otros olores que se estrellan contra su nariz como si acabara de entrar en las letrinas del parque. Cruza la calle sin asfaltar y se llena de barro los zapatos casi nuevos, porque el suelo son los charcos lodosos por la lluvia reciente pese a que, hace unos días, los obreros del ayuntamiento han compactado sobre él el cok humeante que trajeron en un destartalado camión. Sólo la carretera general, entre Sama y Ciaño, la calle Dorado, y algunas otras del centro de Sama, tienen, por ahora, el privilegio del asfaltado. En la otra orilla sin acera, mientras comienza a sentir la humedad trepándole desde los pies, se vuelve al sentir un roce, el leve aleteo de una sonrisa, y encuentra la cara amiga de Valentín, los ojos negros y alegres que lo miran y, sí, la sonrisa, esa sonrisa un tanto plana que él conoce tan bien porque han sido compañeros de juegos en el barrio desde que se mudó a vivir aquí, hace ya tres años.
Muñecos de Sombras
Francisco J. Lauriño
It is some sleep that does not allow him to open his eyes as he’d like to. When leaving the doorway, hardly has he noticed night is still there, the sky is still dark, clouds are just outlined but not completely unveiled in the east, while some thick mist covers, as if just a ceiling, the tangled firmament that, maybe in summer, manages to reluctantly tinkle over the houses. He smells damp and soot, rotten wood, dog urine: he smells night coming-and-going of lost souls, he actually smells around and not even the fragrance of just-made coffee is able to dissolve the other odours that run up against his nose as if entering the park latrines. He goes across the non-asphalt street and his almost new shoes get covered in mud, since the ground is the puddles –muddy by the fresh rain–, even though some days ago the council workers flattened the steaming charcoal that was brought in a beat-up lorry. Just the main road, between Sama and Ciaño, Dorado Street, and a few others downtown Sama are privileged enough to be asphalted. On the other pavementless side, while getting to feel damp coming up from his feet, he turns as feeling some brush, the gentle flapping of a smile, and he meets Valentín’s friendly face, his black and lively eyes looking at him and, no doubt, his smile, no doubt his smile, the rather flat smile he knows so well since they have been playmates from the time he moved to live here three years ago.