Miraste. Eternamente miras el murmullo, el arrullo, el ruido. Callaste. Callas, qué decir nunca has sabido, y, sin embargo, se apelotonan las palabras en la garganta, aristas punzantes en sus pausas y entonaciones. Te ahogaste. Te ahogas porque te envuelve el ruido, el arrullo, el murmullo. Y tan sólo miras y callas.
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