Se aferraban las retinas a la noche, intuyendo la mañana en la que las grúas y los edificios, el puerto y los tranvías, quedarían atrás. Se empapaba el bolígrafo de las paredes, de los cuadros, de las piedras de la esquina donde deambulaban jóvenes sin destino próximo, se empapaba como una pluma antigua de la tinta de una historia que se reviviría al escribir las paredes, los cuadros, los jóvenes, en otra habitación, de otra ciudad, de un sitio diminuto, tal vez, como diminutas sombras que se intuían en las ventanas iluminadas por el trasiego. Se aferraban las yemas de los dedos a los cristales. Ya era tarde para la nostalgia aun sin llegar, la piel se había vuelto ciudadana atemporal, ubicua. Otra historia esperaba por un título en forma de cal.
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