jueves, 11 de agosto de 2011

Dublin


El autobús avanzó hacia el aeropuerto, tal vez, con nosotros dentro, pero los ojos se quedaron atrás, descoloridos, se sentaron a desayunar frente al GPO, y miraron la estatua de Joyce pasar, con una maleta, hacia el aeropuerto también, caminando el tiempo, lloviendo la distancia entre los muertos que no saben que no están entre los vivos, o puede que estén más vivos, sí, más vivos, que los esqueletos desorientados por la rutina, embriagados de ruido y glotones habitantes del desconsuelo. Seguimos desayunando aunque el plato estuviera, como siempre había estado, vacío. Engullimos aquella tilde que se había derrumbado por el traqueteo del autobús que huía de la vista. Y Dublín quedó hermanado con la universalidad de las palabras mudas. Sin ruidosa a veces tilde. En un plato lleno de ausencias.

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