Tal vez ahí encontraría su sitio. Sin huir, sin buscar un lugar, simplemente hallando el sitio para una estatua con vida. Lejos de gente hablando sin escuchar, de palabras que pretenden imponer un significado, sin importar más que esa acepción, protegiendo la piedra que guarda una intimidad a la que toda estatua, viva, tiene derecho -¿qué son los derechos?- a su escondrijo entre sus poros. "Vamos a...", "Hay que..." se dicen sin escuchar los escultores, sin ver que la piedra, que la estatua está viva, viva, aunque le falte el aire, viva, y lo único que busca es el silencio, de la piedra, de hojas repletas de un diccionario, de miles de oídos, y bocas cerradas, mientras otras hablan o no, escuchando, deleitándose con, el silencio, de un resquicio, aunque incluso ahí cueste respirar, cuando sobre la piedra, de una estatua viva, se posan las palabras sin significado. Por fin llegaron los personajes a la estación. Por fin la estación está vacía, de seres reales.