Qué difícil salir del silencio, y moldearlo. Se transcribe en movimientos de los dedos al coger un lápiz, al teclear las palabras, buscando un ritmo agitado que brota del deseo de decir, de las ansias de gritar, lo que nunca se vuelve fonemas, sonidos ajenos. Difícil salir de la invisible coraza del silencio, imposible demostrar que la estupidez no es un vestido pegado al cuerpo, que no te calza la indiferencia, ni te cubre el abrigo de la ignorancia buscada. Qué difícil articular las palabras que son reloj de vida, que son el diario pábulo. Ahí, frente a las miradas, tal vez ausentes, aburridas, defraudadas por la noche, quieres desplegar un mundo lejano, o tal vez presente, tal vez insulso, tal vez un mundo, un mundo propio, pero el silencio se traduce tan sólo en incomprensibles, precipitadas, y hasta vacías, palabras. Y el silencio se traduce en roca que te aplasta, que te nombra habitante del absurdo. Y huyen los diálogos de miradas, los monólogos, las palabras acompasadas. Malditos bardos que no te han rescatado, que no han impedido que hablaras.
Pero, el silencio nunca se rinde. Ni el mundo interior se apaga.
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