Hoy no se escribe en inglés, porque toca hacerlo en español, como otros días sucede lo contrario. Es una decisión, a pesar de que se diga, se diga, se diga, lo que a uno le viene en gana, pero que los unos no tienen derecho a decir, a decidir por si mismos, porque están abligados a callar, que es lo que mejor se les da. Dicen que a algunas personas se les da bien callar, aunque pienso que lo que se les da bien es no hablar. Pero toca escribir en español. Sobre callar y hablar y estar harto, tres formas en infinitivo, pero muy, muy activas, de una u otra forma, al menos pueden poner en movimiento el interior de alguien, los intestinos, o, mucho mejor, la cabeza. Hoy el día está harto y no de callar, que le gusta el silencio, sino de verse obligado a no hablar, mientras tiene que escuchar lo que no le apetece ni siquiera oir. Ahí está esa foto borrosa, con libros al fondo. Es como el tema que nunca saca, porque sabe que a los demás no les interesa, y si alguna vez se escapan algunas reflexiones sobre el metro, viajar, los libros, las clases, o hasta Pippi Clazaslargas o William Butler Yeats, inmediatamente los músculos de la boca reciben la orden urgente de plegarse y hacer que se cierre. Y mientras escucha, escucha e incluso se imponen opiniones, sobre comer y adelagazar o engordar -qué preocupaciones tan profundas-, sobre la tan traída y llevada maternidad -really fed up with-, la que uno no quiere y parecen imponerle, sobre el trabajo, de los demás por supuesto, sobre los intereses, de los demás, sobre las idas y venidas, de los demás, sobre los libros, que los demás leen. Qué injusto es el día en su pensamiento, qué egoista, ¿verdad? -el día escucha a diario-. Escribir denota silencio, como el día está hoy, silencioso, y muy harto en sus palabras, escritas. Tan sólo quiere vivir el día de hoy, y no el de los demás, de ayer o de mañana. Se trata de que unos, otros, y el día se escuchen y hablen si quieren, pero no de imponer, de insistir, de acorralar, de anular. A veces el día se siente ni siquiera día, sino pasado de otros calendarios, pero al final papel arrugado que acaba en la basura. Roto. Después el día siente su tan recordado egoísmo. Y se pone a limpiar el polvo de la rutina.