viernes, 29 de diciembre de 2023

 



 Luciérnaga de libros

Acabo de leer un genial artículo de Juan José Millás, la importancia de la lectura, dejar que las palabras se filtren en nuestro cerebro y después dejar que salgan, memorizarlas. Nuestro pobre cerebro, que resiste en su trinchera asediada. Y he mirado alrededor, y me he visto rodeada de libros, unos leídos y otros por leer. Y he pensado en todos los no leídos, los que debería haber leído ‒en una auto-imposición‒, y los que quiero leer, en los que leo más lentamente que de costumbre, porque no quiero que me dejen. Y he pensado en esa punzada que siento cuando alguien no aprecia todo lo que encierran, un anzuelo de tristeza que se clava muy dentro. “No nos tiene que gustar a todos lo mismo”, y lo entiendo, por supuesto que sí, entiendo que alguien no quiera leer, aunque me apene que se pierda ese gusto por saber. Lo entiendo, sí. Y pienso en esa trinchera del cerebro, cuando el cuerpo está sin batería en el móvil, en una cola interminable en un banco o en el supermercado, en una sala de espera en un consultorio médico, en un tren que atraviesa interminables túneles donde se pierde la cobertura, en el autobús, cuando no quieres hablar con nadie y, sin embargo, quieres estar rodeada de vida, de diálogos, o de largas descripciones de un mundo mucho más atractivo, y desde esa trinchera se emite la orden de sacar un libro del bolso, de una estantería tal vez, y aferrarse a él, y, entonces, sólo está ese filtrador de palabras y las páginas, y el cuerpo, tú, ya no eres tú, sino personajes que se acercan y se alejan, animales que protagonizan historias muy inteligentes, tanto como ellos esconden ser, e, incluso, eres una costa de altos acantilados descritos al detalle. Y sí, también es un riesgo, que tampoco resulta atractivo a muchas personas, el riesgo de hundirse en esas palabras escritas, o, más bien, esconderse la trinchera no nos abandona, o somos nosotros quienes no queremos salir, indefensos nos vemos, de la batalla cotidiana que ha de filtrar el cerebro, las facturas por pagar, la competitividad de tener, de ser, importante patrimonio, importantes ciudadanos. Y vuelvo a mirar alrededor. A un lado un texto que disfruto revisando, al otro un pequeño libro de historias cortas que acabo de recibir. Y cerebro y cuerpo vuelven a la trinchera de papel que los protege, al menos por el tiempo en que las palabras siguen su peregrinaje hacia ese tamiz allá arriba, por encima de las gafas.

martes, 15 de diciembre de 2020

Noruego, por qué

 


No sabe muy bien cuándo empezó a interesarse por ese idioma, una película, un autor, un documental, Oslo. Tampoco importa mucho. Cuando llegó la oportunidad de hacer un curso de iniciación de noruego, no lo dudó. Una palabra más aprendida trajo a la memoria las clases de la facultad, historia de la lengua inglesa, historia de cómo las palabras se van adaptando al entorno, a los hablantes. Las palabras están vivas, son fragmentos de un puzle en movimiento, dinámico, que viaja y se queda a vivir, ahora aquí, ahora allí, y acaban encajando en el entorno queriendo pasar desapercibidas, para que así fluyan con libertad. Y uno, cuando intenta aprenderlas, se convierte en ese canal por el que discurren, o intenta que lo hagan. Al principio hay muchas rocas con las que el caudal tropieza, se detiene hasta que brota con fuerza, no siempre con acierto, pero continúa su camino.

No importa mucho por qué es noruego, y no chino que dicen es el futuro. Noruego, sueco, y comparémoslo también con el alemán. Y todos ellos con el inglés. No lo va a incluir en su curriculum, no va a suponer un punto más en un examen de oposiciones, no va a conseguir un trabajo que esté mejor remunerado. Nadie va a extender felicitaciones por ello, en todo caso esbozarán una sonrisa paternalista ‒¡qué locura más poco productiva!

Y ahí sigue estudiando noruego, a veces algunas palabras parecidas en sueco, y para comparar, un poco de alemán. Y su trabajo no ha cambiado, ni perspectivas de cambiar tiene. Y, aunque a menudo se pregunta cómo sería tener un trabajo de esos que la sociedad aplaude porque implica tener una nómina mensual fija ingresada en la cuenta bancaria, se pregunta si eso convertiría a su persona en otra distinta, ¿más interesante, con más fuerza en el discurso ‒sin duda más socialmente adaptada‒, con un curriculum más atractivo?

Abre otro apartado en el curso de noruego. Sigue ahí dejando que las palabras fluyan, tropiecen, fluyan de nuevo. Cuando acabe revisará algo muy distinto, sus cuentas del mes. Luego, igual queda algo de tiempo antes de acostarse para seguir estudiando, y no lo reflejará el CV, ni sus cuentas del mes, en el aire se respirará de vez en cuando paternalismo por un lado, y, en el lado opuesto, los mismos clichés económicos y sociales de siempre. Diez palabras nuevas hoy.

martes, 2 de julio de 2019

Leer


"No escuchas nada, ni siquiera el rumor de la sangre en el interior de los oídos, ni los latidos del corazón [...] Con los ojos cerrados me imagino que soy ese astronauta."
Antonio Muñoz Molina, El viento de la Luna

Imperceptiblemente te engulle la escafandra. Y ya no existe más que el silencio de otro mundo, nunca más perceptible. Estás dentro de la nada y del todo. Ni siquiera sabes si respiras, eso no lo quieres saber, y, sin embargo, quieres saberlo todo. Y dejar la nada de la realidad en la contraportada. Inmóvil, el tacto del papel es el tacto del satélite. Das el paso. Pasas otra página más. Tus oídos rastrean sonidos, y respiras con tranquilidad. Sigues dentro de la escafandra. Leyendo.

jueves, 24 de enero de 2019

Michael McLaverty




Éste es el relato que acabo de leer, 'Look at the Boats', que aparece en el libro en el que se recogen veintitrés historias escritas por el autor irlandés Michael McLaverty. Al leer el último párrafo me he dicho 'la mejor de las historias', pero eso había aparecido por la cabeza al leer la anterior, y cada una de las dieciséis previas a éstas, y seguramente resonarán en la misma cabeza las mismas palabras al acabar las que me faltan por leer.
Cuando alguien me preguntó una vez, a fin de definirme como lector, qué leía habitualmente, no acerté a contestar, por miedo, tal vez, a que los nombres que pudiera dar no fueran lo que esperaba el inquisidor -y por supuesto que la etiqueta adquirida no fue muy benevolente. Cuando se escucha hablar a escritores que inician su andadura o simplemente hablan de su obra, prontamente vienen a la palestra nombres de otros autores renombrados -con el íntimo deseo de encumbrar al citador. Así Michael McLaverty aparecería en las estanterías de inquisidores y escritores ávidos de otros escritores citados asimismo por quienes están encumbrados ya, si leemos que Chekov o Tolstoy eran sus escritores de cabecera, y si ojeamos de antemano la contraportada del libro y hallamos allí las palabras admiradas de Seamus Heaney. Nombres y palabras, que no son precisamente lo que da forma a las historias, relatos o cuentos. Leer las palabras de Michael McLaverty en cada una de sus historias deja fuera todo lo demás ¿Qué, si no, es la lectura, apreciar las palabras escritas, ver la maestría de quien las ha escrito?
Ahí está la Irlanda de un pasado cercano, que no deja de ser la Irlanda que es hoy, porque su historia -una- y las personas que la han habitado la han conformado como tal. Ahí está la descripción de esas personas, de las que se vieron enfrentadas -como aquí mismo- a las duras condiciones que marca el trabajo en la tierra y con la tierra, y con el mar, recorriendo caminos, y compartiendo el aire con los animales y la naturaleza que las rodeaban.
Ahí está la maestría del contador de historias -esa antigua tradición presente en todos los pueblos, y en especial en algunos que la han arrastrado con suavidad a nuestros días-, el orfebre del vocabulario, de la gramática, del estilo. ¿Hacen falta peanas o púlpitos? Las palabras se bastan por sí solas.
Ahora empezaré Father Christmas, y después la siguiente. Y antes de éstas vinieron las de otro contador de historias, otro artesano de la lengua, William Trevor. Y sí, puede que Joyce o Heaney vinieran a la cabeza, pero tan sólo por las palabras leídas en sus historias y sus poemas, contadores de historias ellos mismos.

lunes, 1 de enero de 2018

Loneliness


Ahí, escribiendo sombre la arena, líneas sin importancia, sin resistencia al agua alrededor, fugaces, inútiles, fútiles testimonios de la invisibilidad de una hoja seca, sin oxígeno siquiera, sin aliento entre los nervios que se perfilan buscando algo en la playa. De pronto el agua, o una pisada, borran las palabras.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Free blue


Sin ruido articulado por gargantas, alrededor vacío, tal vez dentro también para quienes marcan el ritmo de las rutinas, para quienes etiquetan la arena, estéril, fría, árida, adusta, sin su estruendo alrededor. Horizonte abierto.