domingo, 23 de marzo de 2014

Gatos junto al río


Cae la luz lejana sobre la pantalla. Las palabras hacen las maletas y deambulan por aquella, esta, ciudad. La bahía se abre entre notas y apuntes, y engulle primeras páginas de un libro por llegar. Ya estábamos sumergidos. Gritan. Miles de teclas a un lado del río mueven nuestros dígitos. Gatos sobre los tejados, somos, pixelados por la distancia, y la incomodidad del presente. Habla de nuevo la bahía, y las maletas siguen su discurso acompasado por los sonidos mudos de la ciudad. Queremos descubrir un puerto, atracar un ancla oxidada por la rutina inventada por extraños. Somos gatos por los tejados de la ciudad que desayuna su domingo. Y nos invade, de nuevo, la rabia. Y nos volvemos puentes partidos por la indiferencia, recorridos por la sordera, tapiados por la ausencia de una inmencionable -demasiado manida- sensación. Y nos sentamos a esperar a un personaje que nunca llega, porque ni siquiera es un personaje. Y, nosotros, no somos gatos. Tampoco. 

viernes, 21 de marzo de 2014

Estallar el silencio


Viste de. No opines. Tienes útero. Sé social. Acude en grupo. Calla -que nadie sepa que te digo que calles, yo no he dicho nada. Piensa, pero así. No pienses. Ríete por lo que digo. Llora por el mundo. No tengas esperanza. Si no piensas así eres lo que rechazas ser. Escucha, escucha, escucha. Aplaude, aunque no quieras. No llores, te denigras. Sé como los demás. Disfrázate, baila al son que te toquen. Mira. No mires eso. Todos somos iguales -rara, pero igual. Asiente, no bajes la cabeza. No la subas demasiado. Piensa, así. Habla, así. Camina, así. Trabaja, así. Descansa, así. Algún día morirás como yo he dicho siempre.

-Mis padres nunca me han dicho qué pensar, qué decir, cómo caminar, cómo llorar, cómo callar. Tampoco me han dicho que soy una mujer. Tan sólo una persona. Vive y deja vivir. Tan sólo una persona, harta de tantas líneas que seguir de puntillas. Y siempre es mejor escuchar. Pero ya no se escuchan más que a sí mismos.

domingo, 9 de marzo de 2014

La mesa


Las sonrisas la miran de soslayo, y ni siquiera la ven. Exigen su presencia, y ni siquiera la quieren ver. La disfrazan de un fino tapete de indiferencia, pero ha de asistir a sus monólogos. Crujen sus tablas, sollozando, para sus oídos tapiados. Ahí camina ella, inmóvil habla. Mutis, pero atada al suelo ha de seguir la mesa.